Actualmente el mundo se ha dedicado a perseguir la felicidad, a estudiar el tema de forma científica y a desarrollar industrias completas que utilizan la felicidad para vender sus productos. No siempre fue así, antes habían otras prioridades y necesidades básicas que cubrir, no había tiempo para pensar en qué hacía feliz al ser humano.
Analizando dos versículos de la Tora, obtenemos un conocimiento muy profundo y práctico sobre este tema. La enseñanza divina es totalmente verdad, no hay intentos subjetivos de humanos que la hagan errar.
El primero es el versículo famoso en Pirkei Avot: “¿Quién es el hombre rico? Aquél que está feliz con su porción”.
Estar feliz con nuestra porción no significa conformarnos con lo que tenemos. Se refiere a la capacidad de expandir el disfrute y el placer de lo que tenemos en la vida; aumentar la apreciación por lo nuestras cosas, desde lo más importante y grande como la vida misma, hasta el detalle más pequeño y simple, como unos zapatos o un par de lentes.
Desde la capacidad de pensar, hasta el regalo más grande de todos: los hijos. Todo debe causar el sentimiento de agradecimiento y satisfacción. Entre mayor sea nuestra contemplación por lo que hemos sido bendecidos en la vida, mayor se expandirá el placer y disfrute, así como el sentimiento la sensación de riqueza.
Riqueza es sinónimo de felicidad, y felicidad de riqueza. Riqueza es estar conscientes de lo que somos y tenemos, así como pobreza es el sentimiento de carencia y la atención constante a la necesidad de adquirir más. En el mismo grado en el que dedicamos tiempo y energía en agradecer y apreciar lo que hay, en esa misma proporción se nos retribuirá y aumentará nuestra felicidad.
Si lo que tengo es mío, ¿con quién debo estar agradecido?. El siguiente paso es conocer a Aquel que lo da todo. Si la vida fuera un accidente, producto de una probabilidad evolutiva, sería contradictorio agradecerla y apreciarla, pues es solo parte de un accidente fortuito. La persona sincera que reconoce que absolutamente TODO lo que tiene en su vida, y todo lo que existe en este mundo es dado constantemente por Di-s, que lo otorgado a detalle a cada criatura es justamente lo que necesita, y que viene emanado de su infinita bondad y amor, es la única que puede realmente agradecer.
De Di-s es nuestra inteligencia, nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestros hijos y sencillamente, todo lo que hay. Entre más lo conocemos, entendemos, aceptamos y abrazamos, mayor será nuestra alegría. Él nos da, revelando su esencia Divina, para que hagamos un buen uso de lo que recibimos.
El segundo versículo es el del Rey David: “Sirve a Hashem con alegría”. Si el primer paso es reconocer la fuente de todo, voltear hacia Él y agradecer, el siguiente es de otra dimensión, y consiste en encontrar el propósito de la creación de uno mismo, identificar el rol que tenemos en el mundo, y lo que Di-s pide de cada uno de nosotros. No nada más me alegro en todo lo que me dió, pero reconozco lo que debo hacer con ello, y lo que debo hacer con cada uno de mis días. Esa es la máxima felicidad de todas, cumplir con el encomendado Divino de cada uno de nosotros y vivir apegado al significado de la vida.
Servir, y no recibir, trae la verdadera felicidad.
Servir a Di-s, al Creador del Universo, al Ser Infinito conduce al mayor placer y alegría que uno pueda imaginar.