El inicio de la Mishná de Shabbat menciona que transferir un objeto de un dominio privado a un dominio público no es permitido. El dominio privado representa una dimensión íntima, un estado dónde se reconoce la unicidad de Di-s y su presencia, lugar en dónde se actúa según la voluntad y la palabra Divina. Un dominio público es una realidad de dualidad o multiplicidad, una dimensión de fragmentación y desorden, en dónde no hay revelación de la unidad Divina, lugar en dónde cada uno hace cómo mejor le parece. Curiosamente se menciona en la Mishna en modo de ejemplo a dos personas; Un pobre y un dueño de casa. El pobre está afuera, en la calle, en el dominio público y el dueño de casa está adentro, en la casa, en el dominio privado. Podemos aprender aquí un principio maravilloso: el pobre vive afuera, en aquello que está aparte de él, en lo superficial, en lo material, en la limitación de las cantidades. Cuando vive la persona viendo hacia afuera la percepción del mundo es de forma ajena a él, externo a su ser, un mundo de carencia y deseos no satisfechos. El hombre de casa, vive en íntimidad, vive adentro y profundo, relacionado con el significado y propósito, en relación con su ser, sus emociones y pensamientos, en constante diálogo con su Creador. En esa dimensión no hay carencia, sino todo lo opuesto, encuentra revelación de la unidad y vínculo con lo infinito, y aquellas cosas que tiene las integra como un medio para la expresión del fin.
La riqueza y la pobreza no están definidas por la cantidad que se tiene, sino por la cantidad que hace falta. Entre más deseo no satisfecho existe, mayor es el nivel de carencia. Entre mayor es el nivel de satisfacción, más grande es la riqueza. La persona que desea 100 y tiene 50, tiene 50 niveles de pobreza o carencia, de deseo no cumplido. La persona que desea 5 y tiene 5, tiene cero escasez en su realidad, todo su deseo está cumplido.
Conocido es el principio de nuestra tradición que la persona que tiene 100 desea 200, y la que tiene 200 desea 400. También comentan los sabios que la persona no se va de este mundo ni con la mitad de sus deseos satisfechos. Por eso mismo, el Rey Salomón nos enseña a desear lo que realmente vale la pena, y la Mishná nos exhorta a desear solamente lo que Di-s desea, provocando que nuestro paso por este mundo sea con plenitud y satisfacción.
La experiencia de riqueza de acuerdo a la Tora, es unión, alegría, certeza, positividad, amplitud, y serenidad. La experiencia de la pobreza es lo opuesto: separación, tristeza y depresión, negatividad, estrechez, ansiedad y miedo.
El talmud comenta que no hay pobreza real, mas que la pobreza del conocimiento de Di-s (Daat), aquel que tiene conciencia de lo Divino y relación con ello, tiene todo. Aquel que no, no tiene nada, dice la Guemará. Cuando hay verdadero conocimiento de Di-s, y se desarrolla una relación sincera con El, hay reconocimiento del objetivo de la vida, del significado de nuestra existencia, un propósito claro, una dirección a la cuál conducir nuestros días y lo que hacemos en ellos.
Esa casa que menciona la Mishná, es la casa de Di-s, cómo dice el profeta Yishaiau, “Mi casa es una casa de Tefilá” haciendo referencia a su creación, y más específico a Yerushalaim y su Beith Hamikdash, el corazón de cada persona. Esta abundancia interna da lugar al nacimiento a una inspiración y apreciación, al reconocimiento de la bondad del Creador. Agradecer y dirigir estas palabras a Di-s genera la mayor plenitud y satisfacción, produce un sentimiento de gozo, y permite descubrir el tesoro interno infinito que siempre ha existido.
Vivir adentro, es vivir en Shabat, la casa que está llena de bendiciones y verdades auténticas, el dominio privado y único de Di-s, el origen y destino de forma simultánea.
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