El orden en la vida es lo que le da a cada persona y cada cosa su lugar adecuado dentro de la creación. La falta de este, es el origen de la oscuridad que se puede experimentar en nuestro paso por este mundo, en un sentido reflexivo, el desorden es en su fondo una desconexión de la fuente, causando una falta de reconocimiento de la esencia de cada cosa, principalmente de uno mismo.
No es casualidad que el comienzo de nuestra historia como pueblo, como seres libres y auténticos, conectados a nuestro Creador se celebré con una noche que se llama “Seder” que significa orden. Pues la libertad inicia siempre con un orden, y no es un orden cualquiera, si no el orden Divino.
La libertad es la experiencia que trasciende la percepción limitada de la realidad, en dónde solo estoy consciente de mí mismo, de mis deseos y de mis necesidades. Una realidad en dónde se observa la inmensidad de la presencia Divina, del propósito de mi existencia en la creación y la consciencia que me lleva a buscar esa verdad.
Para que esta libertad tenga lugar, es necesario el Seder – el orden. El orden desde una experiencia humana permite que haya claridad del lugar de cada cosa, posibilita dirección sin distracción, y también reduce la probabilidad de pérdida y olvido.
En un sentido más interno, el orden no es nada más el acomodo de las cosas en su lugar adecuado, o la organización y la nitidez, sino que es la definición acertada de las prioridades en los valores de la vida. Tener presente qué toma precedencia en la lista de importancia de las cosas en la vida, nos da un panorama totalmente claro de a dónde dirijo mi libertad adquirida. El orden en esencia es claridad en la jerarquía de prioridades. Tener estructura en los detalles, sin tener una visión de las prioridades generales es de poco uso, y causa limitación, pérdida de energía y tiempo, lo opuesto de lo que deseamos en la libertad y el orden. Esta aplicación acotada del orden causará más distracción y dispersión que concentración y ejecución.
En cambio cuándo hay una aclaración de los objetivos de la vida, que permite que haya amplitud de visión y elección de dirección, se experimenta la verdadera independencia y alegría.
El mundo del caos que describe la Torá precede al mundo del Tikun – la dimensión creada que está totalmente unida a su Creador. La diferencia principal entre una realidad y la otra, es la ausencia de orden que permea en el caos. Esto quiere decir que la falta de armonía entre las sefirot no permitía que la Luz Divina emanada iluminara a toda la realidad, existía obstrucción entre cada una de ellas que imposibilitaba el flujo adecuado. Al imponer orden, las sefirot actuaron de forma rítmica que facilitó el descenso de Luz, causando iluminación en toda la realidad. Esa iluminación contiene toda alegría y regocijo, espiritual y físico, imaginable. En resumen, el orden permite iluminación.
Las dos realidades creadas, tanto la de caos, o desorden, como la de Tikun u orden, existen de forma simultánea en la creación, y en nosotros mismos. La experiencia de crecimiento, inspiración, armonía y demás adjetivos positivos que podemos manifestar, se experimentan cuando permitimos que la Luz de Di-s fluya por nosotros y lo nuestro, habiendo estableciendo orden – prioridad, en nuestros pensamientos, palabras y acciones, en nuestras relaciones, en nuestros deseos, en nuestros tiempos, en nuestras posesiones y todo lo relacionado con nuestra vida. La experiencia de lo opuesto, de oscuridad y confusión, podría tener como origen una falta de dedicación de tiempo a establecer una separación entre lo que es prioridad y destino, de lo que es un medio y secundario.
Como dice Reb Shlomo Carlebach ‘La libertad sin dirección es otro tipo de esclavitud’